Si creemos a algunas voces de América Latina y Occidente, la República Popular China está en proceso de imponer un nuevo imperialismo a los países latinoamericanos. ¿Está la región, que Estados Unidos considera su “patio trasero”, a punto de sucumbir al dominio de otra potencia extranjera?
En otras palabras, ¿serían los colmillos del dragón tan devastadores como las garras del águila?
Para responder a esta pregunta, primero hay que observar la evolución de la influencia del gigante asiático en América Latina y las diferencias de enfoque con la política imperialista de Estados Unidos y sus satélites en esta zona geográfica.
En el pasado, el reconocimiento de la República Popular China por parte de los países latinoamericanos muestra el control de Washington sobre los gobiernos de aquel entonces. Con la excepción de Cuba, país soberano y revolucionario que reconoció a la República Popular China pocos meses después de la revolución de 1959, la mayoría de los países latinoamericanos esperaron al viaje de Nixon a Pekín en 1974 para empezar a entablar relaciones con China.
De hecho, esta demora diplomática continuó durante varios años más. Recién a principios de la década de 2000 las relaciones, las inversiones y el comercio entre China y América Latina aumentaron exponencialmente. En el caso del comercio, pasó de 10.000 millones de dólares el año 2000, a 350.000 millones en el 2019. Esta política estuvo acompañada de una política crediticia para la región que superó todos los préstamos concedidos por las instituciones financieras internacionales (BID, FMI, Banco Mundial). Entre 2005 y 2020, los bancos chinos concedieron más de 135.000 millones de dólares en préstamos a América Latina. Aunque Estados Unidos sigue siendo el primer socio comercial de la región, China es ahora el primer socio económico de varios países del subcontinente, como Brasil, Chile y Perú.
En 2014, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños (CELAC), que reúne a todos los países del continente excepto Estados Unidos y Canadá, decidió crear un foro permanente con China. El objetivo de esta alianza es promover una cooperación basada en la igualdad, los beneficios mutuos y el desarrollo conjunto entre China y los países de América Latina.
Mientras Estados Unidos interfiere en los asuntos internos de los países latinoamericanos, gastando ingentes recursos financieros y militares para intentar derrocar gobiernos que no se alinean con la política exterior de Washington, China mantiene óptimas relaciones con gobiernos que se presentan como adversarios ideológicos. El caso del Brasil de Bolsonaro es uno de los más representativos.
Durante su campaña electoral, el ex capitán brasileño hizo una serie de declaraciones hostiles y provocadoras contra la gran nación asiática. Su deseo de alinearse con la diplomacia de Washington hacía creer a algunos que se avecinaba un drástico giro diplomático. Sin embargo, la realidad de los vínculos entre China y Brasil llevo a Bolsonaro a adoptar una postura más pragmática. Mientras que las exportaciones brasileñas a China apenas representaban el 2% antes de la llegada de Lula al poder, el año 2018 se consolidaban en el 26% de las exportaciones totales, principalmente en el sector agroindustrial, uno de los pilares de apoyo a Jair Bolsonaro. Además, los chinos invirtieron 54.000 millones de dólares en un centenar de proyectos entre 2003 y 2018. Como ni Estados Unidos ni Europa pueden ofrecer una alternativa creíble a esta inversión masiva, las relaciones de Brasilia con Beijing se basan en el pragmatismo económico más que en la ideología. Brasil no es una excepción. Los gobiernos de derechas de Perú y Chile también han forjado vínculos irreversibles con China.
¿Cuántos golpes de Estado ha promovido China en América latina?
Mientras que Estados Unidos suele utilizar toda su influencia diplomática, financiera y militar para desalojar del poder al presidente elegido o romper la dinámica económica del país, China respeta la soberanía del país y el sistema de desarrollo elegido por el pueblo. Aunque China mantiene buenas relaciones con los gobiernos progresistas de América Latina, no condiciona sus relaciones bilaterales a la ideología del gobierno de turno. El ejemplo del megapuerto de Chancay en Perú es otro de los casos emblemáticos de esta cooperación despolitizada.
Respetuosa con la Carta de las Naciones Unidas y, principalmente, con la igualdad de derechos de los pueblos y su derecho a la autodeterminación, las relaciones de China con los países de América Latina difieren radicalmente del planteamiento de Estados Unidos. En la región, Estados Unidos ha intervenido militarmente y ha apoyado golpes de Estado en 42 ocasiones desde su independencia en 1776. La Doctrina Monroe, que encarna este imperialismo sigue vigente hoy en día. Estados Unidos se enorgullece de tener 76 bases militares solo en América latina, para amenazar a los pueblos latinos y socavar a la democracia si se opone a sus intereses. Mientras tanto, China no posee ninguna infraestructura militar fuera de sus fronteras (una única excepción en Djibutí). ¿Sería China el único imperio sin despliegue militar de la Historia, o sencillamente no tiene pretensiones imperialistas?
American way of life Vs Beneficios mutuos
Seamos serios. Al contrario del imperio romano, francés, británico o estadounidense, no se trata de imponer un modo de vida a la fuerza. Roma cambiaba las costumbres de los pueblos sujetados. Francia enseñaba a niños africanos que sus ancestros eran galos. Y Estados Unidos se empeña en aplastar con fuerza a toda veleidad de independencia para imponer su concepción de la civilización. Sin embargo, el “China way of life” no existe. Las movidas económicas del gigante asiático no lo convierten en imperio.
Ningún país de América latina y el Caribe escapa al apetito depredador de las empresas estadounidenses y de su brazo armado gubernamental. Los latinoamericanos saben que EEUU es una metonimia del imperialismo en la región. Calificar de imperialismo la creciente influencia China en América Latina es de mala fe o es una táctica política para deslegitimar las relaciones de China con el continente.
Cuando las instituciones financieras vinculadas al imperialismo estadounidense deciden interferir en la vida política de un país latinoamericano, condicionan los préstamos realizados a los gobiernos a medidas impopulares de austeridad y destrucción del Estado, con trágicas consecuencias para la población. No es el caso de China.
Cuando el país asiático concede préstamos a Estados o realiza inversiones en conectividad de infraestructuras (carreteras, puertos, ferrocarriles, sistemas de comunicaciones), lo hace con el objetivo de conciliar los intereses fundamentales y las principales preocupaciones del país y de China sobre la base de la igualdad y el beneficio mutuo.
El proyecto de «la Franja y la Ruta» en América Latina forma parte de esta visión. China tiene previsto invertir más de 250.000 millones de dólares en los países latinoamericanos durante la próxima década. Toda la región se beneficiará de la iniciativa china.
Los beneficios para China son mutuos. Ve en América Latina un recurso estratégico de materias primas y productos agrícolas, así como una salida para sus productos manufacturados. Si bien a largo plazo esto podría tener un efecto negativo en los países latinoamericanos en términos de desarrollo de la industria de transformación o de producción de bienes manufacturados, a corto y medio plazo los beneficios son mutuos. El desarrollo de infraestructuras beneficia a ambas partes, sin que el gigante asiático imponga sus preferencias políticas o, como sus rivales estadounidenses, establezca una presencia militar en la región.
La creciente influencia de China en América Latina es un corolario del avance de un mundo multipolar. El imperialismo tradicional de las grandes potencias de la región va a tener que asumir, no sin dificultades, la nueva situación económica y los cambios geopolíticos.
Romain MIGUS