Finalmente, el ministro de economía de Boluarte y Otárola tuvo que reconocer que había recesión. Un gran papelón. “La economía ya se está recuperando” se la pasó diciendo, cuando la realidad indicaba una gran caída. La conducción de la economía con Boluarte consiste en negar la realidad, al igual que ocurre con todo su régimen. Boluarte le echa la culpa de las masacres a los ponchos rojos; su ministro de economía le echa la culpa de la recesión a los feriados.
En quince meses Castillo no hizo grandes reformas económicas, pero, contrariamente a los malos augurios de la derecha, mantuvo una economía estable. La economía se recuperó y creció, insuficientemente, pero creció. No se puede decir lo mismo del régimen de Dina Boluarte. La economía está en recesión. El ministro de economía lo niega, minimiza, oculta todo lo que puede, pero al final la realidad se muestra como es. Los diez meses de Boluarte casi todos son de caída de la producción. Vivimos un desastre económico no visto en el Perú desde el primer gobierno de Alan García.
De la desaceleración del crecimiento a la recesión acelerada
El Perú creció a partir de la segunda mitad de los 2000s. Un sistema beneficiado por los altos precios de las materias primas pudo exhibir un crecimiento sostenido. Pero también se trataba de un sistema amenazado por la presión social interna que resonaba con el fantasma chavista que recorría la región; así que tuvo que ponerles algún énfasis a los programas sociales. Se trata de un periodo de crecimiento con conflictividad donde reemergen sectores sociales silenciados durante el fujimorismo. Quieren su parte del crecimiento, pero no sólo como una aritmética tajada de una torta, sino con representatividad, voz y dignidad. El sistema se siente amenazado. Había resistido la caída del fujimorismo y logrado la continuidad del neoliberalismo ante una apertura democrática a medias. Pero va llegando el agotamiento.
La dura economía
Fujimori privatizó un buen número de empresas estatales. Así hizo caja fiscal, pagó en parte la deuda externa y logró estabilidad macroeconómica por un tiempo. Pero un programa basado en privatizaciones no es sostenible; pronto no quedó más que privatizar. Algo parecido ocurre con las extracciones mineras que no son duraderas. El modelo primario-exportador requiere de nuevos proyectos mineros y no se aumenta la escala de una mina fácilmente. A mediados de los 2000s el impulso de la economía vino de los vientos externos se trataba de poner en funcionamiento nuevos proyectos extractivos, que eran crecientemente rechazados por una población aledaña que no es ni será adecuadamente compensada por los impactos socio-ambientales que sufre. El crecimiento económico neoliberal no consiste en encender motores internos, sino en aprovechar los vientos de fuera. Pero eso tampoco es sostenible. La economía peruana vive de sus rentas en un doble sentido; es una economía rentista y vive de sus pozos, vetas y covaderas guaneras existentes, irremediablemente destinadas a agotarse.
Los 2020: se acaban las cuerdas separadas y revienta la crisis política
El sistema cae por el lado más débil que en el caso del Perú es la política. Las tres derrotas de Keiko Fujimori en segunda vuelta son acompañadas de una visible desaceleración económica, pero sobre todo de una total crisis política. Presidentes presos, presidentes renunciantes, presidentes vacados. Pero hay crecimiento. Hasta que llega la pandemia y evidencia las debilidades estructurales del sistema: una infraestructura de salud precaria, privatizada, inexistente. El crecimiento no revirtió en una infraestructura de salud y, en general, una red de protección social mínimamente efectiva para afrontar la desesperante crisis sanitaria. No hay solución liberal a la necesidad pública. Un sistema político en crisis, en un ambiente de descontento social y fracaso de opciones privatistas, hace que la ciudadanía busque otras posibilidades.
El intermedio de Pedro Castillo
La ciudadanía ve mayoritariamente una oportunidad de cambio en Pedro Castillo. La derecha le augura un desastre económico a Castillo. “Castillo es el hambre” se sentencia en varios medios. La realidad es muy otra. Ni el dólar se dispara ni la economía se recesa, ni hay un colapso económico. Cierto que los empresarios le tienen siempre desconfianza, pues no es uno de los suyos, ni a su servicio. Pero los resultados económicos siempre son mucho más positivos que sus malos y sesgados augurios. Dicen “Castillo ahuyentó a los capitales. Se van X millones de dólares del país”, pero no dicen que esa fuga ocurre ANTES de que Castillo asuma el gobierno ni dicen que para enero de 2022 los capitales comienzan a regresar al país. Dicen “Castillo llevó al país a la ruina”, pero no dicen que, en el 2022, el país crece 2.7%, mucho más que sus predicciones más optimistas y mucho más que el actual régimen de Dina Boluarte.
El desastre Boluarte
En economía el régimen de Boluarte se apresura en sentenciar que “el Perú está de vuelta”. La pesadilla de tener a Pedro Castillo, de quien Boluarte había sido vicepresidenta e inoperante ministra de inclusión, ha terminado. Se vuelve a la normalidad sistémica neoliberal. “El Perú va a crecer a más de 3%” se anuncia pomposamente. “Ah, no se creció por las protestas, pero es temporal. En febrero y marzo se recupera”. Se sigue cayendo. “Ah, es por el ciclón Yaku. El ministerio de economía no controla el clima. En julio habrá la más alta tasa de crecimiento”. Crecimiento negativo. “Ah, fue por las protestas de enero. Ah, fue por los feriados de julio” Excusas y más excusas y negación de la realidad. La economía del país está en malas manos que no saben qué hacer ante la situación. Para que haya confianza de los agentes económicos tiene que haber credibilidad y si algo ha dilapidado Boluarte, Otárola, y Contreras desde que asumieron es la credibilidad de su régimen. Un régimen que mata como en los tiempos prevelasquistas, que comete masacres arguedianas impunes, un régimen que miente con narrativas estrambóticas que la gente se mató sola con balas dum-dum. Es un régimen que no atrae, sino retrae a inversionistas nacionales o extranjeros, grandes, medios o pequeños. Y desde luego, es un régimen que no genera ánimo en la clase trabajadora mayoritaria del país. La economía somatiza la enfermedad política.
La venidera huida hacia adelante económica
Como las cosas no funcionan en economía, pero los poderes fácticos sin ganar las elecciones han recuperado el control total de las instituciones del Estado, comenzando por el poder judicial y desde allí el congreso y el ejecutivo, ya se siente que buscarán un nuevo golpe de timón neoliberal. Nada nuevo: más privatizaciones, recortes de derechos laborales, prebendas a las megaempresas financieras, imposición de proyectos megaextractivos sin licencia social. Más de lo mismo, pues no tienen otras ideas. Ese es su modelo primario-exportador rentista. Si no lo han hecho antes es porque no han podido, por la resistencia social. En la cancha ciudadana pierden, pero ganan en mesa en los aparatos del estado.
Esta “segunda fase” de la conquista del poder que no ganaron en las urnas implicaría que el poder económico ponga abiertamente a sus operadores en el régimen de Boluarte. No a viceministros de la línea de carrera aupados a ministros que fungen de políticos, sino a cuadros orgánicos con misiones concretas de decretos, reformas, programas con plazos y fechas de vencimiento. Puertas giratorias como en los tiempos fujimoristas, proyectos de ley redactados por los estudios jurídicos de las grandes empresas.
Este 2023 todo indica que la pobreza ha aumentado. El régimen ni siquiera cumplió con el aumento del salario mínimo. El consumo está a la baja y si algo ocurre es que debido a eso se importa menos. Es una economía deteriorada que ha tocado fondo y no se relanza por más de que se hable de una cartera de nuevos proyectos extractivos. En suma, no sólo es un régimen que mata gente impunemente, impopular en lo social y político, sino también incompetente en el manejo económico que está llevando al Perú a la debacle económica.
Silvio RENDÓN