5% de aprobación. Boluarte batió el récord mundial de rechazo ciudadano. Ni Guillermo Lasso quien entregó su país a la mafia albanesa y los carteles mejicanos, llegó a semejante impopularidad. La mandataria designada luego del golpe contra el presidente electo Pedro Castillo no cuenta con apoyo en ninguno de los estratos sociales de la sociedad. Tanto en la burguesía como en las clases populares, el rechazo es unánime.
La ilegitimidad de su gobierno, su falta de liderazgo y la incapacidad para aplicar políticas públicas hundieron el país en una profunda crisis económica y social. Boluarte ya no aparece en las páginas de política nacional de los periódicos sino en las rubricas policiales por el caso Rolex, su desbalance patrimonial o por la red de extorsión que construyó con su hermano. ¿Cómo puede entonces mantenerse en el poder?
Sigue en palacio por la represión al campo popular y por la complicidad de todos los congresistas aferrados a sus curules y sus privilegios. Las masacres de manifestantes y la judicialización de los sobrevivientes desmantelaron las grandes marchas que exigían su renuncia. Por otro lado, Boluarte compró su sobrevivencia aumentando el presupuesto destinado al poder legislativo. Las bancadas que perdieron las elecciones, además de lucrar con sus cargos, imponen ministros provenientes de sus filas como garantía de apoyo a una mandataria odiaba por las mayorías. No hay visión ni conducción, la gobernabilidad está atomizada en función de intereses corporativos, sean de transnacionales o de un imperio estadounidense que reestructura el control de los territorios peruanos.
Frente a la realidad de un Estado fallido, no es extraño que 2 de cada 3 peruanos (68% según el IEP) creen en el “surgimiento de una persona que lidere un cambio”. Este pensamiento mesiánico, fruto de la antipolítica, refuerza la incertidumbre electoral, y el desenlace de esta triste tragedia. En los próximos meses, no faltarán los predicadores de la salvación ni los caudillos autoproclamados. Ya veremos si la política puede incursionar en el terreno de la fe para construir una solución colectiva a este drama nacional.
La Línea