El luto, como reconstrucción de nuestra nación
Soy hija de un policía, debo admitir que mi relación con él siempre ha sido de bondad, eso quizás fue, lo que me hizo sentir más dolor y conflicto, al ver como aquellos en quien confié en mi niñes, se convertían en verdugos a sueldo; los policías armados, lejos de inspirar seguridad o acompañamiento suscitaron miedo, pero también ira, todos parecía indicar que la consigna, y una de las más históricamente injustas era que en las protestas de Lima, nadie debía morir.
Lo que me llama la atención y es mención aparte de la intención de este trabajo, es como los policías -que si bien devienen de una institución donde acatar es el buen trabajo- no tengan la capacidad de reconocerse semejantes al pueblo que matan, no sólo por las condiciones en que conviven, sino también en el color de su piel, donde son ellos mismos racializados y ofendidos, donde el hospital de subalternos de la policía está en ruinas, como es posible no consigan tener una identificación con un cuerpo que sufre, tan parecido al suyo ¿Es posible que no sepan reconocer quien es el agresor?
Un ajeno análisis político: Las marchas limeñas, que surgieron como acompañamiento ante la indignación de regiones ensangrentadas, que fueron eminentemente pacificas, tuvieron como respuesta perdigones a corta distancia, nos reprimieron; y así estamos… recordando el olor punzante de las bombas y la obstrucción de los pulmones, pero cuando recuerdo esas marchas, recuerdo el contexto del análisis político del momento, y aun se me aguza la vista cuando los analistas, que hoy sí tienen mucho que decir, en ese momento sólo murmuraban que las marchas tengan como corazón, la racionalidad de la paz, cuando las marchas en el sur, que en su mayoría fueron también pacificas, salvo ciertos disturbios puntuales, omitiendo en su análisis, que el epicentro de muerte había sido allí, y permitiendo de soslayo el terruqueo feroz a manifestantes no limeños; mientras el ejecutivo mandaba a matar sin compasión hijos y padres inocentes, otra vez en los mismos lugares, en lo que décadas pasadas, se echó abajo el país, constando años mirarnos nuevamente.
Analistas que permaneciendo absortos en cuestiones de la actualidad, no fueron capaces de mirar históricamente, más allá de sus espacios de debate y que como dice Norbert Elías, deberían considerarse ciegos, presenciando ajenos, la mayor imprudencia que puede cometer un soberano, que es evidenciar la desigualdad, ya no ciudadana sino humana, sumándose a un coro politológico que lejos de ver la causa de las protestas, esperaron para hablar la toma de las instituciones, postergando el análisis de la causa del dolor, en una nación ahora ya no quebrada, sino rota.
Los organismos de derechos humanos internacionales, han tenido que evidenciar lo palpable, y es que la mayoría de abusos físicos o verbales fueron hacia la población campesina o indígena, justamente la que tiene más altos índices de pobreza, no habido ningún manifestante muerto que sea terrorista, todos han sido inocentes, lo que sí se vio, fueron contingentes policiales asediando las calles contra población civil, que con palos y piedras defendían sus cuerpos, y defendían su derecho a protestar por las muertes de sus vecinos, amigos, compañeros.
No hay política sin luto La significancia de la muerte está a salvo solo, entre quienes mantenemos vivos a quienes protestando murieron, aún siguen hablando los muertos, y nosotros escuchando y pugnando mantenemos su presencia, pasando por la experiencia de tristeza y congoja y de hueco en la bandera, pero al mismo tiempo y muy importante, evitando el silencio.
Como dice Julián Pérez en su novela, Resto que no deja de insistir, “La gente que sufre no necesita solo hablar, sino pasar a la acción” el camino errado nace estrecho, pero siempre encuentra quien esté dispuesto a ensancharlo” Esa misma gente que sufre ahora, y que no se resigna a sólo llorar por culpa de un congreso y un ejecutivo malsano, y grupos de poder distintos a ellos y a la mayoría de nosotros…y nuevamente, fantasmas por doquier que exigen justicia, sino venganza.
No hay política, menciona Derrida, “sin organización del espacio y el tiempo de duelo”, sin una reflexión profunda del porqué y el para qué de una sepultura, no hay política sin un determinado sentido de justicia.
El luto encarna también el pensamiento del porvenir y de velar al ausente, de la vigilia, que re inserta sentido y significación cuando una historia por fin es comprendida, una memoria que no puede cambiar el pasado, pero que si tiene la posibilidad de comprometer nuestro futuro, es imposible dejar pasar lo sucedido, porque la crueldad debe tener una interpretación, que justamente reconstruya nuestra nación.
La institucionalidad sin igualdad: Una reconstrucción institucional no es sólida, ni agente de integración sino reconoce que hubo un principio de exclusión; porque la vida política de peruanos, no puede ser tan costosa, no puede seguir hiriéndonos. Un individuo que pertenece a una nación, no solo debe estar presentado, representado e incluido en la vida ciudadana por sus votos -que no olvidemos, pretendieron ser anulados- sino que también fueron y son hoy mismo vulnerados por un congreso abusivo, y vacador de un presidente legítimo, pero al mismo tiempo vulnerable, como ellos, como casi todos.
No ahondare en los personajes de este congreso, pero esbozare que teníamos una izquierda liberal y un progresismo, que no respondió a la altura de la responsabilidad técnica y política, de defender el voto de un candidato débil, pero que respondía al voto soberano de miles de compatriotas que sentían por fin una reivindicación que pudo ser histórica, entrando fácilmente al discurso de adelanto de elecciones, con un gobierno que en medio de sus errores demostró, su intención de cambio con su primer gabinete, permitiendo a los partidos que perdieron nuevamente las elecciones, la destitución de ministros por un simple terruqueo, por otro lado una ¿“izquierda radical” ? que se dedicó a zaquear el país equiparándose y aliándose a la derecha más corrupta y delincuencial, y un centro y una derecha liberal, que tuvieron la miopía de pensar que al caer Castillo, podrían manejar un gobierno de transición.
No es esa la intención de este conjunto de palabras; la intención es repensar como reconstruimos esta nación, y para ello el luto es primero, debemos entender que se debe exigir perdón y eso ha de tener un costo político de los asesinos; esta reconciliación no puede engendrase desde un congreso, que no se da a la tarea más importante de todas en un momento como este, exigir justicia.
Reconstruyendo un nosotros nacional
Debemos comprender quienes somos, con nuestros conflictos y luchas y nuestros lazos también, entender cuál es el valor de nuestra convivencia nacional, cómo podemos crear nuevos valores cívicos
El luto nacional debe ser llevado por nosotros, por las familias de los muertos, por una nueva peruanidad integrada a una nación, donde el dolor no destruya, sino que pueda debidamente, sensibilizar la mutua presencia y reconocimiento de un Nosotros nacional, popular y soberano, que debe desligarse de toda forma de racismo, donde algunas poblaciones no merecen ser lloradas y otras en cambio pueden quebrar legítimamente poderes ejecutivos o congresos, todo ello dentro de una misma “nación” donde más que nunca se ha instalado la ciudadanía de primera y segunda clase y la política humana de nuestro país deja de estar fundada a través de lo justo y lo injusto.
La posibilidad de construcción de un sujeto político peruano como el que recuerdo, en las marchas aimaras, que abra espacio a una verdadera emancipación política anticolonial e interesado en una nación verdaderamente democrática.
Tenemos ahora mismo un poder constituyente que se identifica con la voluntad del pueblo y de la nación que no emana de este orden institucional, una nación que exige se nos devuelva nuestro derecho a referéndum secuestrado por este régimen, que simbólicamente nos devuelva una nueva peruanidad, impregnada de una nueva potencia ciudadana.
Esta marcha del 19 de julio, será acompañada por muchos, que sí dieron cuenta de la gravedad de la captación de las instituciones, pero no terminaron de comprender lo terrorífico de las muertes, pero ahora ellos también son parte de este gran contingente que defiende los derechos de todos los peruanos, el liderazgo indiscutible de estas protestas será de los que pusieron el cuerpo desde siempre, pero que ahora más que nunca comprenden, que el perdón y el apoyo nacional se torna urgente.
Las muertes suscitadas en las últimas manifestaciones deben levantar la mayor y gran consigna de esta tercera toma de Lima, La caída del régimen Boluarte y de este congreso sin patria. El perdón se construirá posterior al luto y al gesto político reivindicatorio de paz.
Rosi ROJAS