Hace varios años el sistema democrático heredado de la dictadura fujimorista se descompone estrepitosamente. Sectores mafiosos, autoritarios avanzan en manipular la legalidad, desconocer el voto popular y en tomar todas las instituciones.
Estos sectores mafiosos y autoritarios perdieron las elecciones presidenciales el 2021 y arremetieron contra la democracia. Inventaron un fraude para impedir que Pedro Castillo asumiera el poder. La respuesta de la progresía y el centro liberal fue más bien tímida. El pueblo se tuvo que movilizar a Lima a defender sus votos ninguneados e impugnados.
Estos sectores mafiosos y autoritarios se pusieron como objetivo derrocar al gobierno de Pedro Castillo. Desde el Congreso abusaron de las interpelaciones y censuras a ministros, negaron viajes al exterior para impedir la gobernabilidad. Modificaron lo referido a la cuestión de confianza para que el presidente prácticamente nunca pudiera disolver el Parlamento, pero el Parlamento si pudiera presentar una moción de vacancia cada vez que le daba la gana. Esto acabó con el equilibrio de poderes e inclinó la balanza a favor del legislativo. A su vez, la fiscal de la Nación Patricia Benavides decidió investigar a un presidente en funciones con el único fin de facilitar su salida en clara alianza con el Congreso.
Ante esta arremetida, la progresía y el centro liberal se sumaron a la derecha exigiendo adelanto de elecciones generales y la destitución del presidente legítimamente electo. No defendieron la democracia ni el equilibrio de poderes porque Castillo les era incómodo, no era de su círculo, no importaba que representara el voto de millones de peruanos.
El 7 de diciembre con una vacancia ilegal, Castillo fue finalmente removido del poder. El pueblo salió a las calles de inmediato, movilizándose en defensa de los más elemental de la democracia: su voto. Exigieron la renuncia de Dina Boluarte por traidora y usurpadora, el cierre del Congreso y demandaron una nueva Constitución. La respuesta del ejecutivo fue brutal, asesinando a más de 70 peruanos en masacres como Juliaca, Ayacucho o Apurimac, incluyendo seis menores de edad.
Ante estos hechos la progresía y el centro liberal tomaron distancia del pueblo movilizado, los acusaron de castillistas e incluso de terroristas. En los primeros meses, apoyaron con todas sus redes nacionales e internacionales a Dina Boluarte a pesar de que la sangre corría por las calles del Perú. Solo cuando fue demasiado evidente que Boluarte no era más que un títere del fujimorismo, de la ultraderecha y del poder económico empezaron a cuestionar al régimen.
Los sectores mafiosos y autoritarios se han consolidado, controlan el ejecutivo y el Congreso y avanzan en tomarse la Junta Nacional de Justicia y los organismos electorales. En otras palabras, están culminando con el golpe de Estado iniciado el 7 de diciembre de 2022.
Para eso, necesitan desplazar a actores progresistas y del centro liberal que desde hace años ocupan puestos claves en el manejo del Estado o influyen en las políticas públicas a través de ONGs. Esta influencia en la conducción del Estado se realiza a pesar de no haber sido elegidos para tal fin a través de un proceso democrático. Hoy, el régimen que ellos mismos contribuyeron a construir con la salida de Castillo, se ha volteado contra esta casta burocrática que está ocupando las arcanas del poder sin ninguna legitimidad democrática.
Más allá del eslogan de defensa la democracia, estos sectores progresistas y del centro liberal parecen hoy más preocupados en resguardar sus propios intereses y prebendas.
La democracia peruana vive sus últimos estertores, debe defenderse pero sobre todo tiene que refundarse. Eso sólo será posible con una Asamblea constituyente, que defina un nuevo pacto social, que escriba una nueva Carta magna para todos los pueblos del Perú. Necesitamos unirnos todos tras ese pueblo movilizado que ha dado el ejemplo coreando hace meses que “esta democracia ya no es democracia” y exigiendo se respeten plenamente sus derechos. Sin olvidar que, si nadie sobra, tampoco nadie es indispensable.
Equipo La Línea