Poco se habla ya, pero detrás del golpe a Juan Domingo Perón, en 1955, estuvo también la izquierda, y no solo la institucional. Ya después se reconciliaría con el General, viendo su popularidad real, pero que apoyaron inicialmente el golpe, es verdad, o si quiera una parte de esta.
La lectura fue que el populismo peronista impedía una verdadera revolución obrera. Bajándose a Perón, los morochos descubrirían la conciencia de clase necesaria para esta revolución, el país despertaría y se saldría de ese híbrido de la Tercera Vía. A esas críticas se sumarían la posición del Gobierno en la Guerra Fría, su cercanía al empresariado argentino y los clásicos apetitos por mayor poder de sectores como el Partido Comunista. Iniciada ya la dictadura, bajo el eufemismo de «Revolución Libertadora», y su proceso de desperonización del país, la izquierda también recogería la retórica oligarca de que Perón fue un corrupto, un cobarde y que vivía en lujos mientras las masas lo seguían estúpidamente.
Pero lo que no vio ese brillante análisis es que fuera del poder, Perón igual siguió siendo querido por los trabajadores, igual Evita continuó como una figura de culto, y fueron vanos los esfuerzos en equiparar la restauración oligárquica con el caído gobierno peronista, como lo intentó la izquierda. Se vendrían la represión, los retrocesos sociales, endeudamientos y pérdida de la soberanía, que no hicieron más que idealizar la figura del General, que durante décadas dirigió la política argentina desde el exilio. Es más, si bien los militares tuvieron como objetivo a los peronistas, igual cargaron contra toda la izquierda, incluso con la que inicialmente le buscaba hasta un lado progresista al régimen antiperonista.
No suenan increíble estas metidas de patas de la izquierda, que por dársela de más roja, calcular mal o ceder a la derecha, terminan bajándose un gobierno que si quiera tiene base social, gente que la defienda, por más que no sea la izquierda ideal a sus intereses. No hay que irnos tan lejos espacio y temporalmente para comparar que existe un actuar similar también con el rol de las izquierdas durante el gobierno de Castillo y el posterior golpe parlamentario de diciembre del 2022.
Todo el abanico de las izquierdas mantuvo la retórica que el de Castillo era un gobierno neoliberal más, que no importaba si este estuviese o no en el cargo, que había traicionado a sus votantes y que por ende nadie movería un dedo ante su destitución. De allí que incluso una parte de este sector promovió el golpe y/o lo apoyó. Crasso error. Caído Castillo se desató un estallido popular, tal vez el más importante de lo que va del siglo.
De allí que, aprovechando la marea movida, la izquierda cree que por fin la hace, electoral y/o organizativamente, como lo creyeron sus símiles argentinos. Ya no habrá obreros a quienes enseñarles a ser comunistas, pero sí a masas indígenas para hacerles entender que lo que ellos desean es una revolución socialista o una revolución posmoderna, la bandera que la izquierda reinvidique en su variedad. Es no entender a un sector diverso y arrearlos a causas que ellos defienden.
Como Perón con los obreros argentinos a mediados del XX o Castillo con los indígenas peruanos a inicios del siglo XXI, pero la izquierda sigue sin hacer el mínimo análisis del porqué de la popularidad de estos personajes en estos sectores. Nadie piden que renuncien a sus principios y consignas, pero si quiera un poquito de esfuerzo en esa comprensión, por que más no creo que se pueda conseguir. A estas alturas, es imposible que se dé un normal balance y mea culpa cuando continúan con la titánica tarea de igualar a Boluarte con Castillo, algo que salvo sus causas entre chelas, nadie más se lo cree.
Jesús GRIS