Las tres fuentes del poder peruano

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La putrefacción actual del sistema político peruano ha evidenciado los verdaderos poderes facticos que definen el porvenir del país en la sombra del Estado. Los poderes económicos logran constantemente mover sus fichas en el ajedrez político, por encima de las disparidades ideológicas. Dos campos -el liberal-conservador y el liberal-progresista- hacen eco de sectores económicos diferentes, algunos más orientados a la producción, otros al sector financiero, algunos más alineados geopolíticamente sobre Washington, los otros livianamente abiertos a los cambios inducidos por el naciente mundo multipolar. Estos sectores económicos cuentan con portavoces políticos y controlan empresas de comunicación que ponen a sus empleados (que se hacen llamar periodistas) al servicio de sus intereses.

El campo popular está totalmente ausente de esta repartija. Sigue peleando en la sombra, y en la subalternidad, sin rumbo fijo ni real dominio de las políticas públicas para poder cambiar esta podredumbre y refundar la democracia. Y, cuando de sorpresa, algunos de sus partidarios llegan a ocupar un puesto de poder político, es para someterse o ser aspirado por esta inmensa máquina de corromper que acabamos de retratar. Los casos de los congresistas de Perú Libre o de la Bancada magisterial (los miembros del sindicato de maestros liderado por Pedro Castillo) ilustran perfectamente como los ideales expresados en la campaña electoral rápidamente se esfumaron para asumir el cargo de representación nacional como un negocio personal a corto plazo.

Frente a esta maquinaria, ¿en qué espacio reside el poder político? y ¿cómo hacer para mover el escenario? El frustrado mandato de Pedro Castillo nos enseñó que el poder no se encuentra en Palacio de Pizarro… dicho de otra manera, la conquista del poder ejecutivo es insuficiente sino se controla el poder militar, judicial y tecnocrático del Perú.

En 200 años de vida republicana en Perú, la única experiencia de transformación radical nacional-popular fue impulsada por los militares. Liderados por el general de división Juan Velasco Alvarado, un grupo de militares peruanos lograron transformar una estructura colonial heredada y profundizada por las oligarquías locales. Redistribuyeron la tierra, dieron un rol activo al Estado y experimentaron nuevos tipos de propiedad y de organización social. Si bien la experiencia fue corta -apenas siete años- otorgó gran importancia a las fuerzas armadas direccionándolas en un camino de soberanía y arraigo popular. Hoy, con unas FF. AA gangrenadas por la corrupción, parece muy difícil que esta conciencia soberana y popular vuelva a emerger. Pero no se puede descartar totalmente un resurgimiento de modelo impulsado por Velasco. Por ejemplo, en Burkina Faso, después de la revolución iniciada por Tomás Sankara, durante 30 años los militares del golpista Blaise Campaore se dedicaron a la represión y a la defensa de un modelo colonial, pero no pudieron evitar el surgimiento del gobierno nacionalista de Ibrahim Tahore.

El poder judicial es otro de los pilares del poder en el país. Los jueces y fiscales han adquirido una autoridad sin límites para convertir la cosa pública (respublica) en asuntos internos de su gremio. Casos de lawfare y peleas por el control de la maquinaria judicial son temas cotidianos para los ciudadanos que miran impotentes y desde fuera la práctica del poder desde las instancias del ministerio público. Urge democratizar este nicho totalitario. Los ejemplos de Bolivia o México, donde los cargos de juez y magistrados son electos por el pueblo, podrían alentar a un cambio judicial en Perú. Si los revolucionarios de ayer estudiaban filosofía o ciencias sociales, los de hoy deben convertirse en jueces o magistrados para infiltrar esta trinchera actualmente dominada por las oligarquías, y volver a poner la justicia al servicio de las mayorías.

La tercera fuente de poder a conquistar parece ser la menos complicada, pero es una tarea ardua. La mayoría de las opciones políticas que revindican una transformación estructural del Estado carecen de programas de gobierno y de experiencia para concretarlos. La efímera experiencia del gobierno Castillo lo demostró ampliamente. Ante un asedio político permanente, un desconocimiento total del funcionamiento del Estado y la ausencia de un horizonte claro de políticas públicas a implementar, el núcleo político que debería tomar decisiones estratégicas cede las riendas del poder a una casta tecnocrática neoliberal enquistada en los ministerios e instituciones públicas desde hace 30 años. Si no hay una conducción clara, este grupo de gerentes y funcionarios seguirán gobernando para reforzar el modelo existente. Conquistar este poder requiere la formación de cuadros de Estado, y sobre todo trabajar conjuntamente en la elaboración de un verdadero plan de gobierno y sobre varias opciones políticas para implementarlo. Debe ser socializado para ser aceptado, mezclando la experticia de algunos académicos con la practica popular convocada en asambleas. Ningún partido de transformación hasta ahora ha hecho tal esfuerzo. La carrera por la conquista del poder parece fútil e inconsecuente, y sobre todo abocada al fracaso y a la traición si no se tiene alternativa al poder tecnocrático actual.

Conquistar estos tres pilares puede asegurar la posibilidad de cambios profundos en una sociedad que necesita reinventarse colectivamente. El poder económico, que actualmente aprovecha la subalternidad del campo nacional-popular, está por agrietarse pues la guerra comercial entre EE.UU y China produce la fragmentación de la clase empresarial peruana. Quienes opten por seguir haciendo negocios con el floreciente mundo multipolar pueden encontrarse en el camino un movimiento popular dispuesto a cambiar las reglas del juego. La transformación de la sociedad dependerá entonces de los esfuerzos centrados en pensar y conquistar los tres pilares de poder que ahora impiden toda revolución en Perú.

La Línea