¿¡Lima es provinciana!? – Anahí Vásquez

Anahí Vásquez de Velasco Zorrilla

Gestora Cultural especializada en Derechos Culturales y Patrimonio Cultural

23/12/2022

1

Un mapa del Perú. Sobre un punto de ese mapa, un diverso y nutrido grupo de algo de 30 personas, entre hombres y mujeres, con diferentes vestimentas laborales y culturales, observa otro mapa más pequeño: el de Lima. Lima se ha escindido del mapa grande. Literalmente, imaginariamente y, seguro, prácticamente, aunque la medida verdadera no lo acredite, Lima es del tamaño del resto del país, por eso, se podría decir que es una escisión y no una simple separación. Sobre ese pequeño mapa de Lima, en realidad el de una isla, hay cuatro personas, dos mujeres y dos hombres. Esta es la descripción de una viñeta de Carlín hecha durante el ―que algunos ya llaman― estallido social, sin duda, en memoria del de Chile gracias a los estudiantes en 2019, pues derivó en asamblea constituyente, que también es lo que una parte probablemente considerable del Perú anhela y tiene derecho a saber si quiere y cuánto quiere. Lo que ocurrió luego de la asamblea constituyente en Chile es más que importante, pero en este momento se seguirá pensando el Perú sin olvidar el admirable paso que dieron nuestros vecinos y que, seguramente, los llevará a donde ellos ansíen y decidan llegar. Qué mejor escenario de democratización en progreso que el ejercicio público ―social, civil y político― de todos los actores, además, con instrumentos que es esperable que permitan armonía al proceso chileno y su conclusión que, dicho sea de paso, no es el fin de una nación, sino el fin de un proceso originado por esa nación.

2[1]

«Lima es San Isidro, Miraflores, Monterrico» (L. de Trazegnies parafraseando a Valdelomar). «Más allá de San Isidro, Miraflores, La Molina, no hay estado» (M. C. Villegas). «Lima está más cerca de Londres que del Perú» A. von Humboldt. «El centralismo ha congregado en Lima a personas de todas las provincias, casi todas las personas con cargos más relevantes y empresarios son provincianos o hijos de provincianos» (C. Amat). «Pero lo terrible es que Lima está formada en un 70% por provincianos» (G. Beck).

3

“Lima es provinciana” sería la defensa de la posición de parte de la población metropolitana frente al conflicto nacional detonado por el Congreso en cuanto votó por vacar a Pedro Castillo de la presidencia del Perú, y por la Fiscalía cuando lo apresó.

La vacancia presidencial (en su tercer intento congresal) fue acelerada por el mensaje a la nación que Castillo emitió anunciando que disolvía el Congreso, lo cual era constitucionalmente imposible de ser factible. Pero también anunció en su mensaje que resolvía esto (la disolución) con el objetivo de acabar con los monopolios, con la corrupción estatal, e impulsar la asamblea constituyente, tres datos ausentes del debate actual, que aparentemente carecerían de valor en la lectura de este momento de nuestra historia y de ese acto presidencial en realidad simbólico y absolutamente huérfano de aval calificado e institucional, pero que sí contaba con aval ―más valioso en cualquier democracia― no calificado: el de la población que votó: contra el fujimorismo y/o por el discurso electoral.

4

Lima, desde 1532, permanece siendo virreinal, sin embargo, histórica e innegablemente, siempre ha sido también cosmopolita[2]. Ergo, casi cualquiera aquí, casi ya naturalmente, es virreinal por el tiempo, digamos, próximo, y cosmopolita, desde tiempos inmemoriales. Respecto del cosmopolitismo, el tránsito migratorio y el asentamiento, sea cual sea la causa, es un recurso de supervivencia: de apetito, a secas, más que de apetitos estéticos, en específico. Estas características culturales conjuntas de Lima no tendrían nada interesante de no ser por el factor virreinal, que definitivamente es como un virus que consume el cuerpo del anfitrión (la sociedad) y lo mantiene con vida mediante tortura. De no tener cualidad de inconveniente, no irían masificándose, tanto el debate que pone en tela de juicio los beneficios del colonialismo, como el pensamiento decolonialista. Es necesario recalcar que decolonialismo no es nacionalismo, sino la posibilidad de deshacerse de ideas coloniales que se considera que no permiten el bienestar común, la intercomunicación. Entonces este, el decolonialismo, no se puede considerar argumento para el nacionalismo que también está en abierta discusión al estar relacionado con nazismo o fascismo. Sin intercambio cultural, eventual o perenne, no puede haber beneficio entre naciones. Interdependemos en distintos ámbitos de la vida colectiva.

¿Prevalece el virreinalismo por sobre el cosmopolitismo o es al revés? ¿Por qué a veces es legítimo ser cosmopolita y, a veces, es legítimo ser virreinal? En otras palabras, ¿por qué en ocasiones celebramos la diversidad y, en otras, apelamos a la supremacía? Convivimos en Lima con ambos factores, como si formaran parte básica de nuestro botiquín que, en ciertas circunstancias, es de médico y, en otras, de chamán. Nótese que no califico ni menos adjudico uno u otro factor a uno u otro actor.

Una colonia, colonizador y colonizado, sostienen su existencia, sana o no, en esa cultura, esa forma de vida, de interacción y de comunicación: la colonial. Hay que indicar que sostener no es defender o renegar o algún tipo de gris: es sostener, sencillamente. Así como hay que estar claros en que el hecho de que haya alguna forma de comunicación no es sinónimo de que haya armonía.

Entonces, eso de que Lima es provinciana y que por eso su posición política es dominante en el Perú, es una obviedad. De ser así, ¿cuál es la posición política de todo el Perú? En principio, no será posible contestar esa última pregunta, sin embargo, sí hay que querer ver que esa posición política tiene un nacimiento, y radica en la caracterización que de ella se hace desde Lima que es virreinal, dado que conserva y concentra el control y el poder heredado de lo correcto y las consecuentes imagen, publicidad y divulgación: del conocimiento, de la forma de relacionarse y de la forma de hacer transacciones, así sean conocimientos, relaciones o transacciones progresivamente mediocres, alharaquientas y titulistas o nobiliarias, por llamarlas de alguna manera. La alharaca ―o, más limeñamente, la huachafería, y más castellanamente, el alarde― es una característica fundamental de lo virreinal aquí, pues imita la imagen del que tiene, trajo y luce “la verdad”, “lo correcto”: del rey, virrey, del colono. Prevaldría el parecer por sobre el ser a fin de lograr algo: sobrevivir, sea por apetito o por esteticismo.

La política la determina Lima a partir de su cultura de control del poder y la posesión, y se sostiene en una interpretación de la realidad que coloca por encima de otras la necesidad de producir (razón de ser del colono, del que va en busca de riqueza para comerciar —no generalmente la del migrante—), más que la de vivir, y menos que la de convivir. O sea, parte del derecho económico (producir, contar con mano de obra, hacer empresa, negocios, lo que no tiene en absoluto algo de “malo”) por sobre derechos sociales (salud, educación, vivienda, empleo, justicia, documentadamente tan precarios y demandados en el Perú). Lo fundamental y naturalmente humano, es que los derechos sociales y económicos no compiten, son interdependientes: para hacer negocios sin duda se requiere salud y educación. Y para tener salud y educación se requiere dinero, dinero para capacitación y operativización de quienes van a brindar esos servicios educativos y sanitarios.

Sin embargo, según esta prevalencia ―en épocas de posmodernismo― de lo económico, lo naturalmente lógico es que el otro sea un cliente potencial, un pagador de nuestros productos y servicios, o un empleado rentable, más que simplemente un otro con el que relacionarse al reconocerlo o tener voluntad de conocerlo, y a quien ceder o solicitar algo en determinado momento. Nótese que no se trata únicamente del asunto lírico de saludar a alguien y convivir en un paraíso sin necesidades, sino de la relación entre seres que intercambian conocimientos por beneficio mutuo: paciente-médico, estudiante-maestro, pasajero-conductor, productor-empleado, etc. Por supuesto que puede haber una lectura que considere utilitarista esta exposición de lo social, a priori inválida por cuestiones éticas, morales o hasta religiosas. Pero lo ético pertenece al campo profesional, y lo moral o religioso al ámbito individual.

Sí, Lima es provinciana. Tal vez sería mejor llamarle peruana, pero, como sea, no puede gobernarse un país ―con 48 idiomas y, por lo tanto, filosofías, culturas, formas de relacionamiento, de gobierno y de administración distintas― desde un virreinato, por más cosmopolita, multicultural y multiétnico que sea, pues al ser virreinal posee el lenguaje y símbolos de un virreinato, no de las etnias ni culturas que “acoge”. Las etnias y culturas que se instalan en Lima están en un espacio de permanentemente relacionamiento, como en cualquier lugar poblado, así que, de manera obvia, recurrirán a instrumentos comunes para comunicarse, que las empareje o iguale lingüísticamente, aunque sea de modo imperfecto respecto del cánon. Y en Lima, esos instrumentos, que por cierto distan del cánon original, son virreinales e innegablemente nos vienen dañando como país verdadero: lo hacen invisible y lo incomunican, lo descalifican. Lo matan. Todavía.

Finalmente, la raíz económica de nuestra cultura limeña no tiene nada de malo. La “maldad” está en la desnaturalización de las hojas cuando a estas se les enseña a creer que les estorba el tallo y que nada las conecta más allá del clientismo mutuo.


[1] Comentarios publicados en Facebook en diciembre de 2022. Son comentarios coincidentes, pero hechos por personas peruanas de clase media y con diversas ideologías políticas.

[2] Elías, P. (2020). De migraciones y retornos en la historia del Perú. Artículo de opinión. Blog de la Universidad de Piura. https://www.udep.edu.pe/hoy/2020/05/de-migraciones-y-retornos-en-la-historia-del-peru/. Consulta en: 22/12/2022.